Adentrarte en bosques centenarios, degustar un buen pote de berzas, conocer la tradición sidrera, pasear por el pueblo donde se levantan una docena de paneras, descubrir casonas indianas y su historia, despertarse con el trino de los petirrojos, unirse a la folixa en las fiestas de prao…
Conocer la Asturias más auténtica es toda una experiencia para la que solo hay que dejarse llevar.
Además de las villas de Pravia, Avilés, Oviedo o Gijón, que se encuentran a entre 15 y 35 minutos desde La Panera del Carbaín, La Ferrería está rodeada de pueblos con encanto y personalidad.
Descubrirlos sin prisa, paseando por sus tranquilas calles y departiendo con paisanos y paisanas a la hora del vermú, es una experiencia que por si sola merece la pena.
Entre ellos se encuentra el pueblo angulero por excelencia, San Juan de la Arena, a 7 kilómetros; San Esteban de Pravia, justo en la otra orilla del Nalón, a 10 kilómetros, que mantiene las grúas y cargaderos del que fue el primer puerto carbonero del país; Muros de Nalón, a 8 kilómetros desde La Panera del Carbaín, donde cada sábado se celebra el mercadillo en la plaza del Marqués de Muros; su vecino Somao, a 8,5 kilómetros, con quintas indianas asomadas a un mar de hortensias; Cudillero, a 13 kilómetros de casa, la villa marinera de coloridas casas que forman un precioso balcón al Cantábrico; o Soto del Barco, la capital del concejo donde nos encontramos, a 4 kilómetros, donde el antiguo Teatro Clarín sigue programando obras teatrales, muchas de ellas en asturiano, la tarde de los sábados de forma gratuita.
Además de la fabada y el cachopo, en el entorno encontraréis un montón de propuestas para disfrutar de la gastronomía asturiana.
La mayoría de los restaurantes de los alrededores llevan décadas homenajeando el estómago de los vecinos de la zona, y ofrecen cocina casera tradicional de calidad (y también cantidad) en menús del día o a la carta donde no suele faltar el pote asturiano, ensaladas de la huerta que mantienen ellos mismos, pescados frescos, carnes de las terneras que pastan en los alrededores, quesos asturianos…
Para ocasiones especiales, el cordero a la estaca o una buena mariscada con andaricas, zamburiñas y ñoclas son otras opciones. Y si queréis saber dónde encontrar una buena sidrería de las de antes, estaremos encantados de proponeros nuestras favoritas.
Despertar con el trino de los pájaros y calzarse unas botas para adentrarse en el bosque que queda a solo unos metros es un plan perfecto para los que disfrutáis de la naturaleza virgen.
En los días de lluvia, carbayos, omeros, avellanos, laureles y eucaliptos os servirán de paraguas.
A lo largo del paseo os acompañará el sonido del río, y en días ventosos, el que se escucha con el baile de los árboles.
Una buena forma de conocer la identidad de Asturias es a través de sus hórreos y paneras, unas construcciones cotidianas pero centenarias que, a pesar de su forma aparentemente básica, en muchas ocasiones resultaban más importantes que la propia casa donde vivía la familia.
Tanto que hoy se consideran una especie de maravilla de la carpintería. Se usaban como “despensa” para almacenar patatas, grano y distintos alimentos sin humedad, con buena ventilación y a salvo de los roedores.
Si tenéis interés en ellos, desde la puerta de casa podéis hacer una pequeña ruta para ver un buen número de estas construcciones.
En La Ferrería hay una docena de paneras y hórreos, muy bien conservados, en apenas un kilómetro. Cada uno cuenta una historia diferente.
Unos tienen corredores de castaño al natural, que comenzaron a añadirse en el siglo XVIII al empezar el cultivo del maíz, buscando un sitio para colgarlo y airearlo; en otros están pintados de colores vivos, cuentan que porque se aprovechaba la pintura que se usaba en las embarcaciones de la cercana costa; en la mayoría veréis grandes escalones de piedra para acceder a la entrada, pero no en todos; los hay con puertas talladas y también con puertas simples; con salientes en la entrada; de cuatro, seis y ocho pegollos; paneras dobles; con añadidos que indican que se movieron de su lugar original; de una, dos o tres tijeras… Si queréis entrar en una panera, viendo cómo esas maderas de castaño se mantienen intactas más de un siglo después, no tenéis más que decírnoslo y os enseñaremos la nuestra.
Durante el paseo encontraréis también casonas indianas como la de Villa Isabel, de 1906, dicen que una de las mejores muestras de lo que fueron las casas de indianos en Asturias, reflejo de las familias que fueron a América en busca de una oportunidad para mejorar desde mediados del siglo XIX hasta el primer tercio del XX y volvieron enriquecidas. Porque aunque no todos los vecinos del concejo que viajaron a hacer las Américas a Cuba, que fueron la mayoría, regresaron acaudalados, los que lo hicieron celebraron su éxito construyendo casonas que mostraban su fortuna.
Se les apodó “indianos” porque habían viajado a las Indias occidentales, que en realidad era América. Y los que tuvieron éxito, lo mostraron en forma de extraordinarias fachadas, galerías, verjas ornamentadas, capillas privadas… Fue una arquitectura de ida y vuelta, que había llegado a América desde países como Francia y regresaba a España con los indianos.
Un “truco” sencillo para saber si estamos ante una casa indiana o no: a la mayoría las acompañan una o varias palmeras -dependiendo del caudal conseguido-, símbolo de que el origen de su fortuna era América.